Descripción
Tras los cuentos que integran El desorden de nuestras vidas hay un impulso, una idea, un motor, un sueño. El autor está indignado por la creciente constatación de que, conforme se ha ido instaurando un orden social más estructurado, lógico, razonable, próspero y aparentemente más perfecto, más crecía entre la gente la desazón, la angustia, la infelicidad y un difuso malestar. Aquel gran orden exterior ha generado un profundo desorden interior. Por debajo de las cifras de incremento del PIB y del crecimiento de la renta per cápita, del número de coches y de casas y de teléfonos, el autor lee otras cifras ocultas: que ya hay tantos muertos por suicidios como por accidentes o por el cáncer, que se venden más psicofármacos que aspirinas; que tras el jijiji jajaja del país de la diversión y la juerga late otra pulsión muy diferente: una angustia profunda e indefinible, que afecta desde a los más jóvenes a los jubilados, a cada uno de una forma. Un desorden profundo y desasosegante que él quiere hacer emerger en estos relatos.
En los protagonistas de estos cuentos (maduros que han perdido el norte de sus vidas y que vuelven a encallar cuando intentan fijarse nuevos rumbos; jubilados a los que todavía les quedan amargas verdades por conocer; jóvenes que tienen que huir de la ponzoñosa influencia de sus mayores; o ese pequeño “grupo salvaje” que se lanza en una furgoneta a Madrid a quemar la sede de la SGAE), en todos ellos advertimos un denominador común: en algún punto del camino se ha producido un descarrilamiento de sus vidas.