Descripción
En Anabah navegamos mucho rato a ciegas y sin rumbo. No sabemos dónde vamos. ¿Es una excursión? ¿Es una huida? ¿Es un sueño? ¿Un deseo formulado en voz alta? Alguien sueña despierto un viaje, una fuga. Detalla sus movimientos, sus sensaciones, sus pobres y limitados recursos, el mundo que le rodea, el mundo del que ha escapado. Ve cosas, recorre escenarios inéditos, se tropieza con otras personas, sigue remando… sí, este hombre -¿pero quién, tal vez un doble del autor?- debe ir a alguna parte, pero ¿adónde? Como todo viajero literario, el autor ha emprendido un viaje al corazón de sí mismo; y, como Ulises, no hará sino retornar al punto de partida. Pero antes de que eso ocurra lo vamos a ver demorarse en las encrucijadas esenciales: el territorio sagrado y poderoso de la infancia (donde quedó enterrada para siempre nuestra poca o mucha felicidad verdadera), las huellas ineludibles de nuestra vida familiar (eso sello impreso que siempre llevaremos en el cuerpo, grabado a fuego), la vida infantil en la calle, y en la escalera, y en la escuela, y en el barrio, los escarceos amorosos, los miedos, las prohibiciones… todo eso que constituye, en realidad, si lo pensamos bien, la sustancia auténtica de la vida. Y también está ahí, claro, el lacerante descubrimiento de que lo que creías tu refugio sagrado es en realidad una cárcel; los barrotes que te protegían anulan tu libertad, ahogan la vida. Y al fondo, y delante y en medio, empapando toda esa maraña de recuerdos, está la ciudad, La Habana, ese escenario de ensueño y pesadilla que nunca se deja atrapar del todo.